Maricón

Hablemos de mariconadas.

    En agosto de 2022, paseando por Madrid Río con mi amigo Miguel, nos refrescamos un poco con los chorros que salían del suelo. Mi amigo no puede ser más maricón. ¡Ojo! No lo digo yo, lo dice él. “Yo es que soy mu’ maricón”, contesta cada vez que habla de la ropa estrafalaria que lleva (como se suele decir: “para gustos…”), y alguno de sus amigos hace crítica de ello. Repito y remarco las palabras: sus amigos.

    También me lo dice a mí, que soy hetero: “Pero qué maricón eres”. Le acababa de regalar unas entradas para un concierto al que deseaba ir. A continuación, añade: “¡Cómo te quiero!”, seguido de un beso en la mejilla.

    Lo del regalo ocurrió hacía meses, en su cumpleaños. Nos lo pasamos muy bien, pues fuimos a cenar y después a una discoteca. Por si lo estabas pensando, no fue por Chueca.

    Como iba contando, Miguel y yo nos mojamos la cabeza y un poco los brazos y las piernas. Después, cual perro recién entrado en casa tras un chaparrón de lluvia, nos sacudimos ligeramente el pelo, pues nos habíamos empapado más de lo que pretendíamos sin querer. Mi amigo es amanerado hasta la hartura, y eso lo dice él y todo el mundo, porque es más que evidente en cada uno de sus gestos. Pero eso no implica que, mientras se secaba las manos en los pantalones, deba aguantar que un señor que pasaba por allí con su perro le llamase “maricón”.

    “¡Lo soy, y a mucha honra!”, contestó Miguel. Pero yo no pude aguantarme las ganas de reprender a aquel maleducado. “¿Qué puedo hacer?”, me preguntaba. ¿Qué habrías hecho tú?

    Tenía ganas de insultarle… ¿Un puñetazo en la cara? Quizás un guantazo hubiese estado bien, como Will Smith durante los Oscar. Pero no. Eso era caer demasiado bajo…

    “Yo a usted le he visto de rodillas en un local de Chueca”, mentí con maldad y sutileza. Tras recibir un par de blasfemias más hacia mi persona, añadí: “Lo que usted diga, pero yo vi con mis ojos que usted disfrutaba”. No hay nada que les incordie más a estos seres que incluirlos en aquello que es objeto de su odio.

    No se debe tolerar al intolerante. Sin embargo, y aunque me muera de ganas por hacerlo, siempre procuro no rebajarme a su nivel, y estar al menos un punto por encima de su coeficiente intelectual.

    Si este individuo fuese el jefe de una empresa a la que mi amigo hubiese ido para realizar una entrevista para conseguir un trabajo, ¿crees que le hubiese escogido? No…

    Cada palabra, cada gesto, es distinta de la misma palabra y del mismo gesto dependiendo del contexto en el que se utilice. Mi amigo es maricón, sí, pero no se puede permitir que un cualquiera se lo recuerde, se lo recrimine, le discrimine por ello.

    Él lleva lidiando toda su vida, desde el colegio, con toda clase de insultos y prejuicios. Sus amigos lo sufrimos de forma indirecta, pero no es lo mismo. Después de lo acontecido, quiso invitarme a un helado, pero se lo tuve que rechazar. Ese día no quise ser premiado por ser un buen amigo; ese día quise que aquel señor hubiese tenido una buena educación.

Maricón

 

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